sábado, 24 de agosto de 2013

XXI Domingo del Tiempo Ordinario


Queridos amigos y amigas
¿Me salvaré yo?, es el interrogante que va implícito en la pregunta que aquel hombre del evangelio le hizo a Jesús (Lc 13,22-30). ¿Nos salvaremos nosotros?, es la tremenda pregunta, existencial y escatológica, que alguna vez nos habremos hecho y le habremos hecho al Señor. Porque si se salvan muchos, es posible que yo esté entre ellos, pero si se salvan pocos… Prudentemente Jesús no quiso responder la pregunta diciendo que son muchos o que son pocos. Hombre práctico y conocedor del corazón humano, prefirió decirnos qué tenemos que hacer para salvarnos. Por eso, su respuesta es una invitación a poner cuanto esté de nuestra parte para salvarnos. Y una advertencia a no creer a la ligera que vamos a salvarnos porque hemos rezado a Dios, hemos escuchado su palabra y hemos comido y bebido con Él (la eucaristía). Podría pasarnos lo que a los judíos, que, por ser los primeros depositarios de la Alianza, se creían seguros y salvados. “Miren, dice el Señor: los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros”. (Lc 13,30).

sábado, 10 de agosto de 2013

19º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de José Román Flecha)


LA ESPERA  Y LA ESPERANZA
“La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban” Así comienza el texto del libro de la Sabiduría que se lee como primera lectura en la misa de este domingo (Sab 18,6-9). Es un texto que evoca un pasado de esclavitud. Pero también la llegada de la liberación.
En él se subrayan, al menos, tres detalles que resultan importantes también para nosotros. En primer lugar, se recuerda la noche. En la oscuridad los temores se apoderan de las mentes y de los corazones. Pero precisamente en medio de las tinieblas resonó la señal de Dios para salir de Egipto y ponerse en camino hacia la tierra de la libertad.
El texto recuerda además que la esperanza de aquella hora no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de prepotencia. Y, mucho menos, de olvido de Dios. Al contrario,  alimentó la piedad y la oración de los que sufrían la esclavitud.
Y, en tercer lugar, la esperanza de la partida tampoco aumentó esos sentimientos de individualismo que nos llevan a ignorar las penas y las alegrías de los demás. Todos los llamados a salir de Egipto se impusieron una norma sagrada: ser solidarios en los peligros y en los bienes.